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domingo, 18 de abril de 2010

Hay enfermedades porque existen enfermos.





La gran cantidad de enfermedades físicas y mentales que el hombre padece nos demuestran claramente que es un ser incompleto. Su estructura orgánica perfeccionada en los milenios de la evolución antropológica aún padece de la fragilidad de los elementos que la contituyen.




Vulnerable a las transformaciones degenerativas, resiste el psiquismo y a través de sus neuronas cerebrales se exterioriza, afirmando así la preexistencia de la conciencia, independiente de las moléculas que constituyen su organización material.



La conciencia, en su realidad, es un factor extrafísico no producido por el cerebro, puesto que posee los elementos que la consustancian de forma que se le torna necesaria para manifestarse.



Esa energía pensante, preexistente y superviviente al cuerpo, evoluciona a través de las experiencias reencarnatorias, que constituyen un proceso de adquisición de conocimientos y sentimientos hasta lograr la sabiduría. Como consecuencia se hace heredera de sí misma, utilizando los recursos que almacena e invierte en etapa tras etapa para logros más avanzados.




Las dolencias orgánicas se instalan como consecuencia de las necesidades kármicas que le son inherentes, convocando al ser a reflexiones y fórmulas morales que se propicien el reequlibrio.



En razón de eso, podemos repetir que solamente “hay enfermedades porque hay enfermos”, esto es, la dolencia es un efecto de disturbios profundos en el campo de la energía pensante o Espíritu.



Las resistencias o carencias orgánicas resultan de los procesos de la organización molecular de los equipos que se sirve, producidos por la acción de la necesidad pensante.



En las patologías congénitas, el cuerpo psíquico impone los factores kármicos modeladores necesarios a la evolución, bajo impositivos que le impiden, por los límites y las imposiciones difíciles, a la reincidencia del fracaso moral.



Considerando de esta forma, a medida que la ciencia se equipa y soluciona patologías graves, creando terapias preventivas y proporcionando recursos curativos de gran valor, surgen nuevas enfermedades que pasan a constituirse en verdaderos desafíos. Esto se da porque la evolución tecnológica y científica de la sociedad no se presenta en igual correspondencia con el mecanismo de las conquistas morales.



El hombre se adueña de lo exterior y se pierde interiormente. Avanza en la línea horizontal del progreso técnico sin lograr la ética vertical. En el inevitable conflicto que se establece, comodidad y placer sin armonía interna, desconecta los centros de equilibrio y se abre favorablemnete a agentes agresores nuevos, a los cuales da vida desorganizando los conjuntos celulares.



Asimismo, las tensiones, frustraciones, vicios, ansiedades o fobias, facilitan las desarmonías psíquicas creando problemas orgánicos que dan cabida a tormentos mentales y emocionales.



Para funcionar todo el equipo en armonía, ajustado a las finalidades para las cuales se destina, exige un perfecto equilibrio de todas las piezas que lo componen.



De la misma forma, la maquinaria orgánica depende de los flujos y reflujos de la energía psíquica y ésta, a su vez, de las resuestas de las diversas piezas que acciona. En esa interdependencia, la vibración mental del hombre le facilita conscientemente o no el equlibrio o la desarmonía.



Sabiendo canalizar la corriente vibratoria, organiza y somete las piezas físicas a su comando, produciendo efectos de salud por largo periodo, no indefinidamente, dada la precariedad de los componentes construídos para el uso transitorio.



Las enfermedades contemporáneas, sustituyendo a algunas antiguas y sumándose a otras no conocidas a´n, se encuadran en el esquema del comportamiento evolutivo del ser, en su proceso de armonización interior de edificación.



En su esencia, la energía pensante posee los recursos divinos que debe exteriorizar. Para ello a semejanza de una cimiente, sólo cuando es sometida a la germinación, facilita la eclosión de sus extraordinarios elementos hasta entonces adormecidos o muertos.



La mente equilibrada gobernará el cuerpo en armonía y en ese intercambio, surgirá la salud ideal

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